lunes, 22 de septiembre de 2008

La Cazuela de la Espartería




Hace ya más de diez año que un joven empresario cordobés, con raíces en el mundo de la hostelería; (su primo es el gerente de las pastelerías Serrano), se lanzó a la dura lucha que supone abrir una pequeña taberna en lo más granado del barrio de San Pedro. Eligió un minúsculo local en la calle de la Espartería, que comunica la calle de Capitulares, (dónde se ubica el Ayuntamiento), con la plaza de la Corredera, en el que apenas había sitio para dos pares de mesas y una barra de las de tapa de mármol, como las de toda la vida. La cocina era tan pequeña que el cocinero que atendía a los fogones, a duras penas podía trabajar en ella. Acertó de pleno con su idea de introducir vinos y venderlos por copas, al tiempo que les daba difusión. Acertó de nuevo al definir su cocina buscando las recetas más tradicionales. En cierta ocasión, tras la primera de las tres reformas que ha sufrido, la Sociedad Gastronómica a la que pertenecía acudimos a degustar unos magníficos rabos de toro dignos de aparecer en los códices gastronómicos. Continuando con los aciertos, optó por comprar la casa anexa, que otrora fue sede de, como define mi amigo Paco, la primera tienda de los 20 duros de Córdoba. Una suerte de Corte Inglés de la época, dónde uno podía encontrar todo aquello que buscara. Tras muchas dudas, optó por acudir al banco y conseguir el crédito con el que financió la última de las reformas, que le ha permitido abrir la planta superior, con varios salones perfectamente decorados, a la vez íntimos y cálidos. Detalles por todos los rincones y una pequeña y muy coqueta sacristía en el hueco de la escalera. No falta ni el elevador que permite a los más vagos acceder a la planta superior.

En cuanto a la gastronomía, el último día que pude disfrutar de sus manjares, Juanma, (el orondo cocinero), nos sorprendió con unas asombrosas albóndigas con pasas en su interior, con una salsa en la que abundaba la cebolla, la zanahoria, las hierbas como el tomillo así como el oloroso. Unas mollejas fritas sobre una cama de patatas estupendas y unas alcachofas con rabo de toro que estaba algo saladas pero que no desmerecían en absoluto. Una selección de los postres de la pastelería Serrano fueron el fin de fiesta, acompañado de la tradicional copa de Pedro Ximenez. Tomamos un tinto serio, con mucha carga pero por desgracia no recuerdo su nombre. El entorno, la compañia y lo acertado de la cuenta hizo de aquella una visita inolvidable.
No hace falta que recomiende la visita continuada a este santuario de la tradición. Merece la pena.

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